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Toda historia debe cerrarse

¿Cuándo decide uno empezar a escribir su historia? Al que le gustan las letras, tal vez siempre. Lee temprano y adorna la realidad plasmándola en cualquier espacio lo antes posible. Pero, ¿cuándo publica uno sus pensamientos?

Yo no encontraba ese momento. Nunca parecía suficiente, importante o necesario. Pero al cerrarse mi primera gran historia sentí que podía y que debía darle "post" a mi vida.

No me juzguen, necesitaba un final antes del inicio. Y no es una fijación con la fatalidad como Kafka o como la muerte anunciada del Gabo. Más por una necesidad de orden, de predestinación o como me dijo la matrona de este cuento, Isabel Allende, porque "todas las historias deben cerrarse".

Descubrí la pasión por la literatura desde pequeñita. Cuando mis compañeras de colegio de niñas leían el libro básico del curso ya yo lo había terminado y le sugería a la maestra que me dejara leer más. Pero no fue hasta adolescente cuando devoré una historia completa. Fue La casa de los espíritus.

Y tal vez comencé mal pues conocía a Allende antes que al "maestro" García Márquez, pero esto no me pesó. Me enamoré de aquella narración y sobretodo de los elementos que tanto Allende como El Gabo sacaron de las entrañas latinoamericanas. Tal vez al final fue mejor mi suerte, pues así se iniciaba el círculo que debía cerrarse en tierra extranjera quince años más tarde.

Llegué una mañana de febrero a La casa de los espíritus, la que existe en la realidad construída desde los sueños de Willy, el esposo americano de Isabel y donde ahora ambos viven y ella escribe. No sabía lo que iba a encontrar en este segundo encuentro con esta historia. Tal vez también así inicié la lectura de la obra que ahora se hacía realidad ante mis ojos. Sin saber qué puerta tocar o por donde entrar pues nadie esperaba a esta invitada en el umbral de la casa color rosa, que alberga hoy en California a la famosa escritora más leída en lengua castellana. Nadie tampoco espera al lector al iniciar la obra, pero una vez que los personajes lo sienten llegar éstos comienzan a despertarse de su letargo. Comienzan a vivir sus vidas ya escritas al ritmo del vuelco de las hojas. Así se paró Isabel Allende de su rutina cuando escuchó a su asistente responder a mi llamado en la puerta principal. Como personajes listos para vivir sus papeles, me recibieron con su mejor gala preparadas para las líneas que debíamos actuar por las próximas tres horas.

Entré. Hablamos de Chile, Venezuela y su familia sobre un café. Yo no tomé. ¿Quién quiere entrevistar a aquella leyenda con aliento a café?, pensé. Su hijo Nicolás nos interrumpió de repente y sentí como si también estaba reviviendo Paula. La obra sobre su hija fallecida tras una crisis de Porfiria. Nicolás me recordó que todas las historias de Isabel, como la empecé a llamar después de un rato, están atadas a una anécdota luego contadas con grandes alteraciones fantásticas. Su hijo lo sabe. Ella empieza un relato. Él lo conoce, pero la deja adornar la realidad como a ella le plazca: -"Él dice que no pasó así, pero es que claro, él no sabe contar historias, las hace poco trascendentes. Él es ingeniero, ¿sabes?". Isabel agrega al terminar la narración de un encuetro con la muerte como invitándome a su propia vida.

Isabel Allende es genial y pasar una mañana con ella fue mágico, como sus días en Venezuela. Mi tierra. Sobre ella me dice: -"Todo allá está lleno de lo oculto. Escribir realismo mágico en tu país era relatar lo cotidiano" y agrega: -"Cuentos de Eva Luna la escribí sin esfuerzos. No es mentira que un día se narró en los principales periódicos de una urna que iba flotando por el río de Caracas". (El Guaire. Cuántas historias no ha protagonizado el caudal, ahora putrefacto, que atraviesa la capital de Venezuela, pienso hacia mis adentros). "Esas cosas pasan allá. Genial", dice llena de una energía que me lleva a pensar que aún tiene la fuerza de la mujer que inició su carrera pasados los treinta, "aquí me cuesta más pensar en esa clase de pasajes". Yo le hablo de mis padres, de que aún viven en aquel país de locos. Que sí, que Venezuela está muy mal. Y por dentro le agradezco haber acompañado mi salida de mi patria con Paula, donde a través de su historia de exilio, justifiqué la mía y lloré porque la autora se refugió en la patria mía (era el único país de latinoamérica donde aún había democracia y estaban recibiendo a los chilenos) ese de donde yo huía casi 30 años más tarde.

Isabel es una matrona, una mujer cálida, honesta y abierta. Le abrió las puertas de su casa embrujada a esta venezolana que a pesar de haber vivido en un país lleno de lo paranormal apenas empieza a creer en lo sobrenatural, en lo imposible, en que los sueños se hacen realidad y en que es posible volar.

Conocerla, me permitió reafirmar mi compromiso con ser quien uno debe ser, escuchar su voz, la voz latina que grita y te quiebra desde adentro. Esta es mi historia, la historia que se inició en una lectura y que se cerró en este encuentro, pero que abre nuevos caminos para dejar salir el grito personal que ahora se escribe en estas líneas.

Gracias, Isabel.

Leonor

Entrevista con Isabel Allende pronto en video.

Foto a la puerta de la Casa de los Espíritus. Sausalito, California.

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