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INFO

Nací en Caracas, Venezuela. Era un día normal. Tan normal que la tarde en que nací ni molesté demasiado. Mi madre decidió que era momento. Siendo médico, fue mucho más fácil llegar y decir: -"Dr., es tiempo. Esta niña tiene que salir". Y salí. Más bien me sacaron al mundo.Y nací. Y al día siguiente me torné amarillenta. What? Sí. 

 

Mis papás, un par bastante normal, mezclaron mal su sangre en este ser. Ellos aún no sabían que lo que intentaron toda la vida, aka una familia perfecta, sería imposible. Seríamos un trío de hermanas llenas de locuras que les alborotarían los nervios.

 

Se llama ictericia neonatal y se traduce en que me puse anaranjada a los pocos días de nacida.

Nada, a esperar que se me bajara la bilirrubina, literalmente, me sube la bilirrubina. Â¿Oyen a Juan Luis de cortina musical del alumbramiento?, ¡qué nacimiento más caribeño!. Fui por unos días una zanahoria viviente. Para colmo estaba de moda en esa época el vegetal y mi cuna se lleno de felpudos color naranja. El nacimiento normal se convirtió en el día en que una niña naranja llegó al mundo.

 

Luego todo fue normal, pero la cosa es que nada es cotidiano en Venezuela. O más bien lo cotidiano tiene un toque paranormal. 

 

A los 18 años me convertí en el paradigma de la venezolana. Medir casi 1.80 mts siendo mujer es un llamado natural a algo. En Venezuela, al miss.

 

No me maquillaba (no sabía hacerlo), no era la más bella de la clase ni modelaba, pero entré a las filas del Miss Venezuela y desde ese momento soñé en ganar.

 

Yo era una niña de libros y estudio, pero me aventuré a la experiencia del sueño venezolano. Lo viví, lo padecí y lo sobreviví. No gané, si lo hubiese hecho no estuviera explicando mi vida en un blog (y no es por menospreciarme, solo cierto jaja). Me barrieron con el papelillo al ritmo de la música en la noche más linda de el poliedro. Me quitaron el vestido naranja de diseñador, los zapatos y salí por la puerta de atrás llorando con el sueño prestado recién quebrado.

 

Allí comenzó mi vida, la que está en mis manos. Decidí estudiar derecho en Caracas hasta que me enamoré del periodismo. Me gradué con honores en leyes en un país caótico, pero ejercí la profesión donde la justicia no la decide un juez, se escribía en las páginas de los diarios o se veía en las pantallas de la televisión. Hasta que ya no fue así.

 

Cuando las ventanas de expresión se fueron cerrando en mi país, rompí las paredes y salté a un mundo desconocido. Ahora vivo y busco el sueño americano que tal vez también sea naranja.

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